jueves, 12 de noviembre de 2009

Dragones

En los colegios es bastante habitual, especialmente en los cursos de los más pequeños, que las clases tengan nombres. En mi cole los nombres iban asociados a los libros de texto que teníamos en cada curso. Este año hemos suprimidos los libros y trabajamos por proyectos, que yo creo que es mucho más interesante y enriquecedor. También es cierto que los maestros tenemos que trabajar bastante más al no tener libros, pero es gratificante ver todo lo que aprenden. Bueno "al grano", no tenemos nombres de las clases. Han sido los niños los que han elegido el nombre de su aula.
En la clase de P4, la de Blanca han elegido el nombre de ELS DRACS, osea los Dragones. Ahora los padres junto con nuestros hijos, tenemos que aportar documentación o material sobre los dragones. Yo quería llevar un cuento, pero no el de Sant Jordi que ya se lo saben todos, y he encontrado éste. A ver que os parece:



Cuento con dragones y princesas



Cuando Kerpo llegó al mundo, su mamá dragona lo miró con ojos llameantes. Lo vio tan bello que supo que su vigésimo séptimo hijo no sería un dragón más.
Y es que Kerpo era particularmente hermoso, con su cuerpo regordete y rollizo. Su piel escamosa era de un verde brillante y sus dos alas se movían acompasadamente, provocando delicadas brisas o violentas ráfagas.
Si uno lo miraba profundamente a los ojos, podía conocer el color de todos los atardeceres de Siam, la aldea cercana a su hogar. Como todo dragón que se precie de tal, tímidos fueguitos asomaban por debajo de su lengua.
A medida que fue creciendo, su belleza lo tornó famoso. Dragonas de otras comunidades venían a conocerlo, a admirarlo. Y es que Kerpo era ahora todo un dragón adolescente, dueño de una belleza salvaje y capaz de producir llamaradas indómitas.
Sus admiradoras lo acosaban, lo perseguían, lo invitaban a tomar el té en hermosas cazuelitas de porcelana. Le escribían cartas apasionadas, aunque habitualmente su fogosa mirada las quemaba antes de llegar a leerlas.
Pero a Kerpo no le importaban demasiado aquellas dragonas cabecitas huecas y atrevidas. Prefería seguir con su vida simple de dragón, que es una vida muy hogareña y familiar.
Se levantaba cada mañana, se lavaba los dientes con aguarrás y una vez por semana se hacía gárgaras con pólvora, para que su fuego tuviera también algún efecto sonoro.
Después, caminaba por las colinas de Siam, siempre alerta, ya que no eran pocos los cazadores de dragones por aquellas comarcas.
Luego, compartía con su familia un plato de cerezos maduros y entonces, sólo entonces, cuando salían las primeras estrellas, se aventuraba por la aldea.
Una de esas tantas noches, conoció a la princesa Lee-Fú, que en mongol antiguo significa “amante de dragones”. Lee-Fú no sabía el significado de su nombre, ya que la única profesora de mongol antiguo de Siam, se había fugado con un luchador de sumo.
Aquella noche, la princesa se encontraba en sus aposentos reales, con su túnica de seda bordada en hilos de oro, que era la que usaba de entre casa, por si se manchaba con sopa de tortuga. Se había peinado con un alto rodete sujeto con dos palitos.
Silenciosamente, Kerpo se introdujo por una ventana, en el cuarto de Lee-Fú. Observó a la princesa que, de espaldas, se pintaba las uñas de los pies con esmalte de cañas de bambú.

Kerpo sintió que el corazón le ardía. El amor lo consumía, lo incendiaba, lo incineraba.
Cuando Lee-Fú hubo terminado de pintarse sus dedos meñiques, que eran los más difíciles, se incorporó. Fue entonces cuando sus ojos rasgados se encontraron con los del dragón.
Lejos de asustarse, Lee-Fú lo recibió con amabilidad y le ofreció tomar asiento en un taburete de terciopelo. Kerpo no pudo hacerlo, porque su larga cola en punta se lo impedía. La princesa lo convidó entonces con un copón de jugo de centella asiática. Pero cuando Kerpo se dispuso a beberlo, llamaradas incontenibles salieron de su boca.
En ese momento, la princesa pegó un grito aterrador: el esmalte de cañas de bambú se derretía al calor del fuego. Con el trabajo que le habían dado los dedos chiquitos…
En cuestión de segundos, el fuego se apoderó de las cortinas de finísimos tules, de las alfombras de piel de víbora, de los abanicos multicolores que adornaban las paredes y hasta de la foto del viaje de graduados de Lee-Fú en Pekín, con sus compañeros de curso.
Al ver el incendio, los cortesanos juntaron agua en teteras de plata y corrieron a apagarlo.
Cuentan en Siam que las llamas tardaron horas en extinguirse. El palacio todo quedó convertido en cenizas. Recuerdos de dinastías milenarias eran ahora una montañita gris.
De la princesa no se encontraron rastros.
Pero algunos dicen haberla visto remontar vuelo, sobre una extraña criatura alada, con los ojos del color de todos los atardeceres.

Cambiando algunas "cositas" creo que puede estar bien. Si encontráis o conocéis otros cuentos de Dragones, si podéis me los mandáis. Muchas Gracias.